HOMILÍA EN EL XIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

July 07, 2024


HOMILÍA EN EL XIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

Queridos hermanos, hermanas, en este domingo XIV del tiempo ordinario los saludo a todos, a quienes están aquí presentes en nuestra catedral, y también a los que desde su casa nos están siguiendo con mucha devoción esta celebración eucarística.

Ciertamente, ser profeta no es fácil, y hoy las lecturas nos hablan pues del profeta Ezequiel. En la primer lectura que escuchamos, una lectura muy breve, situamos a el profeta Ezequiel 6 siglos antes de la venida de Cristo, y él fue llamado por Dios para comunicar su mensaje a su pueblo, y el pueblo era duro de cabeza, no escuchaba el mensaje del profeta; y venían momentos de desánimo, momentos de crisis, sin embargo, Dios le volvía a decir al profeta Ezequiel: lleva mi palabra; con la esperanza de que algunos abrieron su corazón.

Encontramos en el evangelio de San Marcos, como Jesús va a su tierra, o a su patria chica podemos decir, dónde vivió la mayor parte de su vida, en Nazaret, Galilea, porque nació Jesús, sabemos, en Belén, pero vivió allá con la virgen Maria y con San José, en ese pueblo pequeño de Nazaret. La experiencia ahí fue triste porque Él llegó, precisamente un sábado, cuando había más gente en la sinagoga, y nos dice el evangelio que había una multitud, y él empezó a enseñar, a predicar, la palabra de salvación. Y encontramos, primeramente, una actitud de asombro de la gente que decía, ¿de dónde le sale tanta sabiduría? ¿Y ese poder para hacer milagros? Cautivaba Jesús, su mensaje, su sabiduría, pero por otro lado, empezaron a decir ¿que no es hijo del carpintero? ¿de José? ¿Qué no es su mamá, María? Conocemos a sus familiares. No llegó tampoco, como Ezequiel, al pueblo ese mensaje de salvación, porque cerraron su corazón.

Y por eso Jesús dice, me voy a otros pueblos a predicar. Seguramente sintió tristeza al ver que sus paisanos y familiares no lo escuchaban; en cambio, su mensaje en otra región, ahí cerquita de Nazaret, de Galilea, que se llama Cafarnaún, ahí sí, su mensaje llegó a más personas, y ahí en Galilea, Nazaret, Jesús no hizo milagros, porque el milagro no es un Impresionar, no es un espectáculo. Y como ellos no tenían fe, pues ahí no hizo milagros.

Encontramos también en la segunda lectura, de San Pablo a los corintios, que también cuando él llevaba el mensaje a veces no lo escuchaban, y a veces incluso tenía persecuciones; tenía problemas y ustedes saben que también nosotros tenemos que llevar la palabra de Dios, el Mensaje, también tenemos que ser profetas. Es muy interesante ver una ceremonia de un bautismo, de vivirla, porque después que el ministro, el sacerdote, derrama el agua bendita sobre el que se bautiza: yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo, después de ese signo sigue la imposición del santo crisma, el aceite que se le pone al niño, a la niña, en la cabecita, y se le dice que ya ha entrado al pueblo de Dios, a la familia, y que tiene que ser miembro activo de Cristo Profeta, Sacerdote y Rey. Entonces nosotros también estamos llamados, como cristianos, a ser profetas, a llevar la buena noticia de salvación a los demás. La pregunta es ¿Qué tanto estamos viviendo nosotros el ser profetas? Y puede ser que nos pase lo mismo que le pasó a Jesús, que si nosotros queremos llevar el Evangelio y vamos a recibir críticas, en nuestra propia familia, en nuestro lugar de trabajo, pero que eso no nos debe desanimar, debemos continuar con esa misión de llevar el Evangelio a los demás.

Que el Espíritu Santo nos dé a todos esa fortaleza, esa sabiduría, para poder comunicar lo que Dios quiere, su mensaje, su proyecto. Así sea.

 

Mons. José Antonio Fernández Hurtado
Arzobispo de Tlalnepantla