HOMILÍA EN EL XXVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

October 08, 2023


HOMILÍA EN EL XXVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

«La viña del Señor es la casa de Israel», así contestábamos a la primera lectura, del Profeta Isaías.


Muy queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús:

Les saludo a todos ustedes en esta mañana, a los que están aquí presencialmente en nuestra Catedral de Corpus Christi y también quiero saludar a todos los que nos siguen, tanto en el ámbito de la Arquidiócesis como también de otros lugares de México y del extranjero; que todos queramos dar buenos frutos en la viña del Señor.

En este domingo, al escuchar la Palabra de Dios, vemos que tenemos que entender todos los elementos que nos presentan, sobre todo la parábola de los que fueron a trabajar a la viña y los que rentaron esta viña.

Vemos nosotros que en el Antiguo Testamento el pueblo de Israel fue el elegido y por eso decíamos que: «La viña del Señor es la casa de Israel», pero ya cuando viene Cristo nos habla de que la viña es la Iglesia, somos nosotros, y que estamos llamados a dar buenos frutos.

En el Evangelio vemos que el dueño de la viña es Dios, porque es una parábola, tenemos que entender los elementos, el dueño es Dios y los que rentan el viñedo son los funcionarios de aquel tiempo, los escribas, lo sumosacerdotes, los fariseos, son los que rentan esa viña; y a los que envía cuando viene la cosecha de la uva, el dueño manda alguien para que dé lo que le corresponde y esos son los profetas. Pero, ¿qué sucedió con los que llegan al viñedo para pedir la parte que corresponde al dueño? Pues a uno lo apedrean, a otro lo matan, y entonces el dueño dice: «Voy a enviar a mi hijo, a él lo van a respetar». ¿Y qué sucede cuando llega el hijo al viñedo? Primeramente lo sacan del viñedo y lo matan. ¿Y precisamente quién es el que va al viñedo? Jesucristo, el Hijo de Dios, la piedra angular que desecharon los constructores es la piedra más importante. La parábola nos termina diciendo cómo el dueño, por obvias razones, se molesta y saca a los que les había rentado ese viñedo y se lo da a otros.

Siempre Dios quiere la conversión, Dios envía a estos profetas y envía a su Hijo para que ellos cambien. En la primera lectura nos decía que lo que es más bonito en un viñedo es que no se den uvas agrias, sino que se den uvas buenas; y el pueblo de Israel estaba dando estos uvas agrias, de tal manera que no correspondía a lo que Dios quería, por eso les da oportunidades para que cambien, pero ellos no cambian y matan a Jesucristo, al Hijo.

El sentido de esta parábola es que este viñedo, que es el pueblo de Israel, Dios lo abre para toda la humanidad, para todo el pueblo de Dios. ¿Y qué es lo más importante? Dar buenos frutos. Los fariseos, los sumosacerdotes, los dirigentes, conocían muy bien la ley, daban su diezmo, hacían ayuno, pero en la práctica no había justicia, no había misericordia, no había amor. Es el sentido de esta parábola: «Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron» -se refiere a Cristo-, no lo reconocieron como el Salvador, «la piedra angular, que desecharon los constructores, es la piedra más importante».

Una cuestión práctica para nosotros es que estamos nosotros trabajando en la viña del Señor y en una viña lo que importa son los frutos. ¿Qué espera de nosotros el Señor? Espera fraternidad, solidaridad, respeto, ayuda al que lo necesita; esos son los frutos que quiere Dios. 

En la ciudad del Vaticano se está realizando el Sínodo, es un sínodo que ya empezó hace cuatro años, donde muchos de nosotros hemos participado, y el Papa Francisco quiere una Iglesia sinodal, una Iglesia que camine junta, que el pueblo de Dios vaya caminando junto, pastores y fieles, que seamos capaces de escucharnos, de dialogar. ¿Para qué es ese Sínodo Para que nos dé líneas para que la Iglesia se renueve, para que la Iglesia dé buenos frutos. Tal vez podemos ser una Iglesia cerrada, una Iglesia en donde no nos preocupamos por los más pobres, por los migrantes, por los presos, por los que no tienen trabajo, por los que sufren, por las madres solteras, por aquellos que más lo necesitan, y todos los días tenemos oportunidad de dar buenos frutos, todos los días Dios nos va presentando situaciones donde podemos nosotros apoyar con nuestra palabra, con nuestro testimonio, con nuestras ganas de que este viñedo dé uvas buenas para gloria de Dios.

Que el Señor hoy abra nuestro corazón para que sepamos que estamos trabajando en la Iglesia, esa Iglesia que quiere dar frutos buenos, y que debemos guiarnos por la acción del Espíritu Santo. Así sea.


+José Antonio Fernández Hurtado
Arzobispo de Tlalnepantla