«Esa misma María que visitó a su prima Santa Isabel, que acompañó al Niño Jesús junto con San José, que vio morir a su hijo en la cruz y que una vez resucitado animó a los Apóstoles a salir a evangelizar, quiso aparecerse en nuestro México»
Queridos hermanos, hermanas, en Cristo Jesús:
Hoy es un día que no pasa desapercibido en nuestro México, porque celebramos a nuestra Reina y Emperatriz de toda América, Nuestra Señora de Guadalupe, la Virgen de Guadalupe. Lo primero que quiero decirles a ustedes que se encuentren aquí en la catedral, en nuestra hermosa Catedral de Corpus Christi de Tlalnepantla, y también a las personas que nos están siguiendo a través de los medios digitales, es que hoy le damos gracias a Dios porque nos regaló una Madre, la Madre de Jesucristo y la Madre de todos nosotros.
María tiene una importancia muy grande, porque colaboró en la historia de de la salvación al decirle «Sí» a Dios a través del Arcángel Gabriel, cuando ls invitó para ser la madre del Salvador, y esa jovencita puso toda su confianza en Dios y dijo: «Hágase en mí según tu palabra».
Estamos en este Tiempo de Adviento que nos lleva la Navidad, se han encendido dos velas de la Corona de Adviento y nos va preparando nuestro corazón para que recibamos nuevamente a Jesús, al Niño Dios, renovando nuestro amor en esta Navidad que ya se aproxima. María por eso es grande, porque colaboró, porque dijo «Sí» al Señor.
Esta misma María que escuchamos en el Evangelio y que fue a ver a su prima Isabel y saltó de gozo el niño en su seno; una esperaba a Juan el Bautista, Isabel, y María estaba esperando al Redentor del Universo, a Jesucristo nuestro Señor. Esa María que se acompañó, junto con su esposo San José, acompañó al Niño Dios y lo fueron educando en los valores y Jesús fue tomando conciencia de que era el Hijo de Dios. La misma María, que la vemos con mucho dolor al pie de la cruz, cuándo crucificaron al Mesías; ¿qué dolor más grande hay para una madre que ver a su hijo muerto, clavado en la cruz? Es la misma María que después de la Resurrección del Señor animó a los Apóstoles a evangelizar, a salir con la fuerza del Espíritu Santo.
Esa misma María quiso aparecerse en nuestro México, aquí, a 10 kilómetros, en el cerro del Tepeyac. Diez años después de la conquista de los españoles, de la toma de Tenochtitlán, en diciembre de 1531, se aparece a un indígena, San Juan Diego, y le expresa su deseo de que se construya un templo. Escoge a una persona sencilla, del pueblo, pero de un gran corazón: Juan Dieguito. Y le dice que vaya con el obispo, para que le exprese su deseo de que se le construya una casita, un templo para que sus hijos fueran a visitarla.
Juan Diego, con dudas, pero siempre obediente, duda si lo iba a recibir el obispo. El primer obispo de México, Juan de Zumárraga, duda también. Después de esta duda la Virgen, que se le aparece en varias ocasiones, le pide que suba al cerrito para que recoja algunas rosas, era tiempo frío como ahora. Entonces le pide que vaya nuevamente con el obispo, y ¿cuál va siendo el gran milagro? Que cuando enseña el ayate y deja las flores caer aparece estampada la imagen de la Virgen de Guadalupe.
Esta tradición ya tiene casi cinco siglos. A mí me impresiona que el día de ayer y hoy, 11 millones de peregrinos visitan la Basílica de Guadalupe, es la Basílica, el santuario más visitado de todo el mundo y nosotros tenemos que darle gracias a Dios porque «no ha hecho cosa más grande con un pueblo», que se apareciera la Morenita del Tepeyac.
Faltan 8 años para que se cumplan los 500 años de las apariciones y los obispos estamos pidiendo que vayamos tomando conciencia para que nuestro pueblo camine con el proyecto de Dios. ¿Qué decía María? Una frase muy importante en el primer milagro que hizo Jesús, en Caná de Galilea, dijo: «Hagan lo que Él les diga». Por eso en el centro tenemos a Cristo y la Virgen de Guadalupe, la Virgen en su advocación de los Remedios, nos dice: «Hagan lo que Él les diga».
Hoy le queremos pedir muchas bendiciones a la Virgen, porque ella nos escucha, es nuestra Madre. Traemos a veces problemas, dificultades, alegrías, esperanzas, días mejores, días peores, pero a veces no acudimos a nuestra Madre; la violencia en nuestro México, la problemática social, se desdibuja también el tejido de la familia, y para una madre no hay como la unidad de la familia.
Hoy es un día para renovar nuestro amor a la Virgen, a Dios y a nuestro prójimo; pedirle que nos dé también la capacidad de saber perdonar a quien nos ha hecho daño y que caminamos como pueblo de Dios, como hermanos unos con otros. Por eso hoy le decimos a la Virgen que le encomendamos nuestra familia, nuestros amigos, nuestros amigas, a los enfermitos, a los que no tienen trabajo, a los que tienen adicciones, a los migrantes, a los que están presos, a aquellos que sufren.
Que hoy sintamos consuelo y salgamos renovados de esta Misa, porque nos escuchó nuestra Madre, pero también nos habló. Fue muy bonito cuando el Papa Francisco vino a México en el año 2016, que pasó al camerín para estar junto a la Virgen, dijo: «Yo la miré, pero ella también me miró. Yo le hablé, pero ella también me habló».
Que todos nos vayamos hoy contentos de esta Catedral, de esta Misa, sabiendo que tenemos una Madre que nos ama y que nos invita a caminar con Jesús construyendo su Reino. Así sea.
+José Antonio Fernández Hurtado
Arzobispo de Tlalnepantla