«Demos gracias a Dios por lo que nos ha regalado a lo largo de este año (...) y tengamos la certeza de que Dios de los grandes males saca grandes beneficios y abundantes bendiciones»
Mis amados hermanos en Jesucristo nuestro Señor:
Nos hemos reunido en esta noche, la última noche de este año 2021 que está por concluirse, y venimos para escuchar al Señor que nos habla de diferentes formas, para venir a escuchar al Señor que a través de su Palabra nos quiere comunicar su mensaje de amor, su mensaje de salvación. Podríamos decir que la Palabra de Jesús que hoy hemos escuchado, del Evangelio de San Juan, nos plantea la presencia de la Palabra encarnada. La Palabra encarnada es el mismo Jesucristo nacido de María, es ese pequeño niño recostado en un pesébre. La Palabra encarnada se hizo hombre y habitó entre nosotros, como lo dice el versículo 14 de este primer capítulo de San Juan o del prólogo de San Juan: «El Verbo de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros». Dios nos ha comunicado su Palabra de vida en Jesucristo nuestro Señor. Podríamos decir que es una nueva forma de poder comunicar ese mensaje de amor de parte de Dos. En el pasado nos comunicó su Palabra en la obra de la Creación, toda la obra de la Creación es una forma de expresión del amor de Dios, es la Palabra creadora la que, dice le Génesis, la que hizo todo, por la que fueron creadas todas las cosas, visibles e invisibles, tronos, dominaciones, principados y potestades. Después, a través de toda la historia de la salvación, Dios nos vino comunicando su Palabra a través de los profetas, a través de aquellos hombres y mujeres que Dios eligió para ser quienes anunciaran la llegada de la obra salvadora hecha carne. Podríamos decir que la ley de Moisés, la ley que recibió ahí en el monte Sinaí y que después fue una norma de vida para el pueblo Judío, es también una forma en la que Dios nos comunicó su Palabra. Pero en estos últimos tiempos, como dice la carta a los hebreos, Dios nos ha hablado por medo de su Hijo querido, por medio de esta creatura que contemplamos en el pesebre de Belén.
La Palabra encarnada quiere compartir con nosotros nuestra debilidad y nuestra fragilidad, La Palabra creadora manifestó el poder y la grandeza de Dios. La Palabra encarnada, Jesucristo, nos manifiesta, en la debilidad, en la fragilidad y en la sencillez, el amor y el poder de Dios. La Palabra encarnada, Jesucristo, podemos decir que es la expresión de la fragilidad y de la debilidad de Dios. La Palabra encarnada, Jesucristo, manifestada en el pesebre, es el signo donde la debilidad se hace fuerza, en donde la pequeñez se hace grandeza. La Palabra encarnada que contemplamos en el pesebre llega a manifestarse incluso como donación y como entrega.
El pesebre de Belén es el anuncio de lo que realizará Jesús en el altar de la cruz. Podríamos hablar ya del sacrificio de Jesús anticipado, ya anunciado en el pesebre de Belén, porque es en el pesebre de Belén donde podemos nosotros descubrir la razón de ser de la Encarnación, de la Palabra, del Verbo de Dios hecho carne en Jesús. No tenía el Señor necesidad de nacer en un pesebre, no tenía necesidad de manifestar su debilidad, sino es por esa razón de amor y de entrega en el sacrificio, porque es ahí en el pesebre donde la Palabra encarnada nos manifiesta lo semejantes que somos a Él. Cuando contemplamos la obra de la Creación nos podemos sentir insignificantes, cuando podemos contemplar la grandeza del mar, cuando podemos contemplar la hermosura y el asombro del firmamento, podemos sentirnos pequeños e indefensos, pero cuando contemplamos la Palabra encarnada en el pesebre de Belén nos sentimos identificados con el Señor, porque tomó de nuestra naturaleza humana, porque se hizo semejante a nosotros en la debilidad y en la fragilidad. La razón, o una de las razones por las cuales la Palabra se encarnó es porque a través del padecimiento Él nos puede consolar, porque a través del padecimiento y del sufrimiento Él puede entender nuestras situaciones humanas de dolor, de fracaso, de miseria. Siendo Él inocente también puede experimentar los efectos del pecado. Y es precisamente en el padecimiento de su cuerpo donde también anuncia todos los embates, todos los sacrificios que su cuerpo, que es la Iglesia, experimentará a lo largo de los siglos, porque en el padecimiento de la Iglesia también se experimenta la presencia de la Palabra encarnada, porque cuando la Iglesia padece, cuando la Iglesia sufre, cuando el cuerpo de Cristo experimenta el padecimiento, ahí nosotros podemos descubrir que la Iglesia, cuerpo de Cristo, se va purificando y se va identificando con Él.
Por eso, mis amados hermanos, este texto que hoy nos ofrece el Evangelio de San Juan es para que nosotros podamos contemplar, en la pequeñez, en la inocencia de este Niño, del Verbo, de la Palabra encarnada, nuestra grandeza y la predilección que Dios tiene de nosotros al hacerse Palabra encarnada. Contemplando este misterio de la Encarnación, nosotros podemos descubrir entonces la grandeza de nuestra dignidad humana, podemos descubrir la grandeza de nuestra condición no solamente de seres humanos sino de Hijos de Dios. Este tesoro de la fe, este tesoro que estamos celebrando de la Encarnación de Jesús puede ser también un objeto de persecución, puede ser también como una perla preciosa, como un tesoro que necesitamos cuidar. Nos ha dicho San Juan en su primera carta que estamos en la última hora, y ¿a qué se refiere San Juan en su primera carta cuando nos habla de la última hora? Nos habla precisamente de estos tiempo en los que nosotros tenemos que padecer, de estos tiempo en los que nosotros tenemos que superar estas grandes pruebas en contra de nuestra fe. San Juan habla de los anticristos, es decir, de aquellos que no están de acuerdo con nuestra fe, y no solamente de aquellos que no están de acuerdo, sino de aquellos que se oponen abiertamente y directamente a nuestra fe, corrientes ideológicas, corrientes filosóficas, corrientes políticas, muchas corrientes de pensamiento que se oponen a la Palabra encarnada, que se oponen al misterio del Dios hecho hombre. Es ahí en donde nosotros tenemos que descubrir que la hora ha llegado, es decir, la hora de dar testimonio de nuestra fe. la hora de vivir con mucha prudencia, y por eso la primera lectura de San Juan nos hace una advertencia: Hay que ver lo que pasa a nuestro alrededor, hay que contemplar la realidad que estamos viviendo, hay que abrir no solamente los oj0os del cuerpo sino también los ojos del espíritu, los ojos del alma, para poder descubrir las realidades que hoy estamos viviendo, sobre todo esas realidades que se oponen al proyect6o salvador de Dos, a esas realidades que muchas veces para nosotros nos plantean grandes problemas en la vivencia y en la celebración de nuestra fe. Es importante entonces que vivamos con mucha prudencia, que vivamos con mucha cautela nuestra fe y sobre todo que con nuestro testimonio de vida podamos nosotros anunciar la Palabra encarnada también en nuestros corazones y en nuestra vida. Qué importante es entonces cuidar nuestra fe de los peligros que hoy presenta el mundo actual, qué importante es que nosotros hagamos de nuestra fe ese tesoro precioso, y que no solo debemos de esconderlo sino que debemos de manifestarlo, debemos de darlo a conocer con el testimonio de nuestra vida.
Hoy vivimos en un mundo de incertidumbres, hoy vivimos en un mundo de grandes dudas, hoy vivimos en un mundo de grandes expectativas, pero nosotros tenemos una gran certeza, la certeza de que el Señor está con nosotros, la certeza de que hemos sido ungidos por la presencia y por la acción del Espíritu Santo, dice San Juan, «Por lo que a ustedes toca, han recibido la unción del Espíritu Santo y tienen así el verdadero conocimiento de lo que se les ha dicho, de lo que han visto, de lo que han creído». Mis amados hermanos, nosotros tenemos la certeza por la unción que hemos recibido del Espíritu Santo, porque hemos recibido al Espíritu Santo que intercede por nosotros. Hay diferentes nombres con los cuales podemos llamar al Espíritu Santo, uno de ellos es el "Paráclito", el paráclito quiere decir: el que habla en nuestro favor, el que habla en lugar nuestro, el que intercede por nosotros. Por eso la certeza de que el Espíritu Santo está en nuestros corazones es precisamente porque todo lo que nosotros creemos, todo lo que nosotros celebramos, todo lo que nosotros vivimos a partir de la Palabra encarnada, es decir, de Jesucristo hecho hombre como nosotros, nos debe de llenar de una profunda alegría y nos debe de distanciar de cualquier temor, de cualquier duda, de cualquier incertidumbre; la certeza de que nosotros vamos por el camino que Dios quiere es precisamente porque el Espíritu Santo nos conduce, es porque el Espíritu Santo conduce a la Iglesia, conduce al cuerpo de Cristo hacia la unidad, hacia la consecución de la paz, hacia la realización de la justicia. Es ahí donde la Palabra encarnada tiene que hacerse vida, es ahí donde nosotros tenemos el gran compromiso de que la Palabra encarnada, de que Jesucristo reine nuestros corazones, y no solamente un día del año, no solamente una fecha establecida, sino los 365 días del año que Dios nos concede Jesús tiene que reinar, Jesús tiene que ser el que vaya dirigiendo el destino de la humanidad, el destino de la Iglesia, el destino de quienes creemos en Él.
Por eso una exhortación que nos hace hoy San Juan en su primera carta es a no tener miedo y a tener la certeza de que quien cree en la Palabra encarnada, de que quien cree en Jesucristo nuestro Señor hecho hombre y nacido para nuestra salvación, va por el camino recto, va por el sendero seguro, camina seguro en la verdad del Evangelio. Que al concluir este año, en unas cuantas horas, le demos gracias a Dios por lo que nos ha regalado a lo largo de este año, incluso los sufrimientos, las pérdidas humanas o las pérdidas de diferente índole, de todo ello demos gracias a Dios y tengamos la certeza de que Dios de los grandes males saca grandes beneficios y abundantes bendiciones, y pidámosle para que este año que vamos a iniciar en unas cuantas horas sea un año en el que caminemos en la certeza de que vamos de la mano, de que vamos acompañados y conducidos por el Espíritu del Señor resucitado, por el Espíritu Santo, y así podamos trabajar para que este año que está por llegar sea un año con sus luchas, con sus desafíos, con sus retos, pero también con la certeza de que el Señor camina con nosotros día tras día, semana tras semanas, mes tras mes, y que la historia no la hacemos solos, la historia la hacemos todos los que creemos en Cristo y finalmente Él, como el Señor de la historia, va entretejiendo esta historia de salvación en nuestro mundo, en nuestra sociedad, en nuestra Iglesia. Que Jesucristo, la Palabra encarnada, nos acompañe y nos sostenga hoy, mañana y siempre. Que así sea.
+ Mons. Efraín Mendoza Cruz
Obispo Auxiliar de Tlalnepantla