«Este es mi Hijo muy amado, escúchenlo»
Muy queridos hermanos, hermanas, en Cristo Jesús:
A todos les saludo con afecto de pastor, a ustedes que están aquí presencialmente en nuestra Catedral de Corpus Christi, sede de nuestra Arquidiócesis de Tlalnepantla, y también a todas las personas que nos siguen a través de plataformas digitales y que esta celebración llega a sus hogares, llega a los lugares donde se encuentran, tanto de nuestra Arquidiócesis como también en otros lugares de la República Mexicana y también en el extranjero; en estos primero días del año les deseo que el Señor les conceda los dones para vivir con alegría y con paz, y también pedirle para todos el don de la salud.
Hace apenas algunos días, el 25 de diciembre, contemplamos el Nacimiento del Niño Jesús, contemplamos cómo la Palabra se hace carne, el don de la Encarnación, y precisamente estábamos viendo a María, a José y a los pastores, esa escena que nos llena de ternura y que tal vez no comprendamos del todo, sino con el corazón, con la fe, cómo Dios se hace hombre para salvarnos y para indicarnos los caminos de salvación. Ahí vemos cómo nace en una cultura concreta, en la cultura judía. Los judíos pensaban que cuando llegara el Mesís solamente vendría a ellos, pero vemos otra escena, hace ocho días contemplamos la solemnidad de la Epifanía, a los Reyes Magos, aquellos hombres estudiosos, sabios, que conocía en el firmamento, astronomía, y que una estrella los fue guiando hasta llegar a Belén, y cómo los Reyes Magos se inclinaron, se arrodillaron para adorar al Niño Dios. Eso nos indica también cómo Jesús viene para salvar a todas las razas, a todos los hombres del mundo entero.
Hoy tenemos otra escena, en la que también los invito a la contemplación, el Bautismo del Señor. Con esta fiesta termina el ciclo de Navidad, hoy termina, y nos puede parecer a nosotros primeramente un poquito extraño cómo hace 15 días veíamos el Nacimiento de Jesús en Belén, hace unas semanas veíamos cómo los Reyes Magos llegan a adorarlo y hoy encontramos que ya es un adulto. Esto es precisamente porque el Evangelio no es una biografía, no es una historia que se cuenta de principio a fín, sino que sobre todo el Evangelio es el misterio de Dios, y por eso ese misterio de Dios se nos revela a nosotros para que conozcamos más a nuestro Dios y contribuyamos a la construcción desde su Reino. Pues hoy lo encontramos en el pasaje del Evangelio en el río Jordán y están bien establecidas dos escenas, es esta contemplación que yo quiero invitarlos a realizar. La primera escena: mucha gente pensaba que Juan el Bautista era el Mesías, por su personalidad, por su predicación también, sin embargo, Juan el Bautista inmediatamente quita de dudas y dice: «Yo no soy, yo no soy digno de desatarle las correas de sus sandalias al que viene detrás de mí; yo solamente bautizo can agua, pero va a venir el que bautice con el Espíritu Santo». Debió ser algo muy importante ver esa muchedumbre que entraba para bautizarse, ese bautismo de arrepentimiento, de conversión.
Esa primera escena la vemos con claridad, pero viene la segunda escena, donde va formado Jesús, y podemos preguntarnos: ¿Jesús tenía necesidad de bautizarse, de este bautismo de conversión? La respuesta es: No tenía necesidad, sin embargo, Él quiso ser solidario con el género humano, con la humanidad, se formó, Él no pidió ninguna preferencia, se formó. Pero después vino lo impactante: cómo, cuando llega con Juan el Bautista, se abren los Cielos y se escucha una voz que dice: «Este es mi Hijo muy amado, escúchenlo», y desciende el Espíritu Santo en forma de paloma. Ahí vemos la Trinidad: el Padre, que le da la alternativa a su Hijo y que dice: «Él es mi Hijo amado, escúchenlo. Él es el que va bautizar con el Espíritu Santo, Él es el que viene a darles a conocer quién soy yo y cuál es mi proyecto».
Podemos nosotros también imaginarnos cómo estaba la gente asombrada porque había escuchado la voz del Padre y había visto al Espíritu Santo. El Bautismo que Jesús instituye es el Bautismo que nosotros recibimos, y precisamente lo que nos dice el Padre, «escúchenlo», quiere decir que nosotros realmente seamos sus discípulos, que seamos sus misioneros, y sabemos nosotros que entramos a esta familia a través del Sacramento del Bautismo. Por eso hoy es un día también para darle gracias a Dios por el Bautismo que recibimos. Si yo les pregunto a ustedes qué día nacieron, me van a decir ustedes, porque seguido anota uno en sus datos personales esa fecha; pero, si yo les pregunto el día que los bautizaron, estoy seguro de que algunos me van a contestar, pero otros no saben el día que los bautizaron, y les invito para que lo investiguen, vean su boleta de Bautismo, ese día fue muy importante porque nacieron a la vida de Dios, como Hijos e Hijas de Dios.
Hoy en esta solemnidad es para preguntarnos qué tanto estamos viviendo nuestro Bautismo. A la gran mayoría nos bautizaron pequeños y nuestros papás y padrinos se comprometieron a educarnos en la familia cristiana, en la familia católica; qué tanto nosotros estamos siendo seguidores de Jesús; qué tanto estamos escuchando la voz del Padre, que hoy nos dice: «Este es mi Hijo muy amado, escúchenlo»; qué tanto escuchamos el Evangelio. Pues hoy es un día para celebrarlo, para darle gracias a Dios por este regalo de ser su hijo, de ser su hija.
Finalmente, hoy la primera lectura nos invita para que nosotros sigamos con una actitud de compasión, el profeta Isaías nos dice hoy: «Consuelen, consuelen a mi pueblo», y ha sido esta frase la que nos ha guiado a esta Iglesia particular de Tlanepantla en este tiempo, porque mucha gente está triste, hay mucha gente enferma, mucha gente con problemas afectivos, psicológicos, físicos, y nosotros podemos consolar; terminaremos esta línea ahora en la Pascua, pero lo que queremos nosotros es que se convierta en una actitud de vida, que nosotros sigamos siempre siendo una Iglesia sí servidora, una Iglesia misionera, pero también una Iglesia samaritana, que siempre consuela al que sufre, al que lo necesita. Que el Espíritu Santo nos siga guiando y nos dé los dones para seguir construyendo la familia que Dios quiere. Así sea.
+ José Antonio Fernández Hurtado
Arzobispo de Tlalnepantla