DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO
Jesucristo siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza.
Queridos hermanos, hermanas, en Cristo Jesús. A todos los saludo este domingo con afecto, a ustedes que están aquí en la catedral, y también a los que están siguiendo esta eucaristía a través de los medios digitales. Que hoy experimenten el amor de Dios, hoy y todos los días, y la paz que Él da.
Este domingo, el Evangelio nos ayuda a reflexionar, y podemos hacernos una pregunta: ¿Qué tan apegados estamos a los bienes materiales? Y vamos reflexionando el pasaje del Evangelio. Tiene 3 secciones muy claras. La primer sección es cuando un hombre, nos dice Marcos, pero el evangelio de San Mateo nos dice que era un joven, joven rico, que se encontró con Jesús y se arrodilló, y le dijo —Maestro bueno —le hizo una pregunta muy importante —¿Qué tengo que hacer para alcanzar la vida eterna?—. Y entonces Jesús le dijo —cumple los mandamientos —y los va enumerando algunos mandamientos. Y entonces el joven le dice —Pues yo desde pequeño los cumplo —y Jesús lo miró con amor, porque realmente estaba diciendo la verdad, él cumplía los mandamientos: honraba a su padre y a su madre, tenía a Dios presente siempre, era honrado; y le dice Jesús —Solo te falta una cosa: ve, vende todo lo que tienes, dalo a los pobres y después ¡Ven y sígueme!—. ¡Realmente era rico! Y dio la media vuelta y se retiró, no quiso seguir a Jesús. Esa es la primer sección.
La segunda sección del Evangelio nos dice cómo Jesús les explica a sus apóstoles, cómo es importante estar desapegado al dinero y a los bienes materiales. Y les dice —¡Qué difícil es que un rico se salve! Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que un rico se salve—. Esta es una expresión en la cultura aramea, en la cultura israelita; nosotros podemos imaginarnos una aguja de la que conocemos, pero la aguja no era el ojo, era un lugar muy estrecho donde pasaban los camellos pero con dificultad, entonces Jesús dice: es difícil que se salve un rico porque está distraído solamente en lo materia, y eso le estorba para ayudar a los demás, a los pobres. La segunda sección.
Y la tercera parte o sección del Evangelio. Pedro le dice al Señor —Nosotros hemos dejado todo —recuerdan que la mayoría eran pescadores, y Jesús los miró a los ojos y les dijo —¡Ven y sígueme!—. Ellos dejaron sus redes, dejaron su familia, y siguieron a Jesús. Y Jesús le dice: sí, al que me siga le voy a dar el ciento por uno y la vida eterna, pero también en medio de persecuciones. O sea, no es fácil seguir a Jesús, se oye muy fuerte la palabra “persecución”, pero a veces cuando queremos seguir a Jesús, pues tenemos críticas, tenemos dificultades, pero vale la pena.
Qué importante hoy pensar en Jesús, por eso empecé yo la homilía esta mañana diciendo: como Dios siendo rico, ¡es Dios!, se hizo como nosotros, pobre, nació en un portal, en Belén; siendo rico se hizo pobre, pero con su pobreza nos enriqueció a toda la humanidad, dándonos la salvación.
Hoy podemos nosotros pensar: pues si no soy rico. También hay pobres que son ricos, es decir, pobres que están apegados a lo que tienen, podemos tener el alma rica, siendo ricos o pobres. Aquí el tema es el desapego, el saber desprenderse, a veces nos gusta acumular, acumular, y podemos abrir nuestro ropero, o nuestro clóset, y ver cosas que ni necesitamos, y las podemos compartir con los demás; o cuántos pares de zapatos, o cuántas cosas, suéteres, que no utilizamos. A veces podemos tener el alma acumulativa, es decir, apegada a los bienes, y hoy es la esencia de lo que nos hable el evangelio, que sepamos desprendernos. El que tiene mucho no es que sea feliz, la felicidad no está en tener muchos bienes, la felicidad está en saber amar a los demás, saber entregar su vida, y saber ayudar al que lo necesita. Por eso se dice que hay más alegría cuando uno da, que cuando uno recibe. Experimentamos, yo creo que todos lo hemos hecho: alguna vez hemos dado, y nos sentimos felices.
Ojalá que hoy no nos entre por un oído nos salga por el otro, y que seamos más compartidos con lo poco o lo mucho que tengamos. Este joven rico era una persona muy buena, pero él no quiso desapegarse de sus bienes, y por eso se dió la media vuelta y se fue, no quiso ser discípulo de Jesucristo. Pues que también nosotros revisemos nuestra vida y le pidamos al Señor que tengamos un corazón más desprendido, no solo para dar lo que tenemos de dinero, bienes materiales, poco o mucho, sino también dar nuestro tiempo, dar nuestros talentos, nuestros carismas, lo que el señor nos ha dado.
Así séa.
Mons. José Antonio Fernández Hurtado
Arzobispo de Tlalnepantla