Homilía del 03 de noviembre de 2024

November 03, 2024


Homilía del 03 de noviembre de 2024

 

DOMINGO XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO

Muy queridos hermanos, hermanas en Cristo Jesús.

Hoy la palabra de Dios nos dice lo esencial de nuestra fe, de nuestra doctrina. Que es precisamente El Amor. Tanto el libro del Deuteronomio, que escuchamos en la primera lectura, como en el Evangelio de San Marcos, se nos habla del amor. Por eso hoy que ustedes vienen a nuestra Catedral, con ese deseo de encontrarse con el Señor de la vida, con ese Dios que es amor, que es la definición más exacta que podemos dar, no hay palabras, Dios es amor y nos ama. Y quiero saludarlos a todos ustedes, y también a las personas que están en sus hogares, en distintos lugares, participando en esta Eucaristía.

Los israelitas tenían, los judíos, grabado, tatuado podemos decir, el mandamiento principal: ¡Escucha Israel! Amarás a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas. Y todos los días lo repetían, para que fuera algo que estuviera en su vida, en su corazón; y por eso hoy, en el Evangelio de San Marcos, un letrado, una persona que conocía muy bien la sagrada escritura, el antiguo testamento. le pregunta a Jesús: ¿Cuál es el mandamiento más importante?. Y Jesús va a la fuente del Deuteronomio, pero además le agrega algo muy importante —Amarás a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas —, y agrega,  —Y a tu prójimo como a ti mismo. Ahí está resumida toda nuestra fe.

Sabemos que hay muchos tratados en la teología, hay muchos libros del magisterio de la iglesia, de la tradición, pero nuestro cristianismo debemos entenderlo nosotros, y más que entenderlo, es vivirlo; lo esencial: El Amor. Y siempre tenemos como modelo a Jesucristo, que siempre es coherente, y Él lo que dice, lo cumple; hay una coherencia en su vida, por eso él siempre estaba en comunicación con su padre, pero el amor también lo llevaba todos los días traducido en la entrega, en la misericordia, en la bondad, en la solidaridad, en la fraternidad; de tal manera, que a mí siempre me gusta pensar,seguramente todos tenemos en nuestra casa un crucifijo, tenemos a Cristo crucificado, y alguien decía que si nos gustaba a los cristianos ser masoquistas, sufrir, ver a alguien crucificado. Yo, a esta persona, le decía que el que está crucificado, Jesucristo, es la mayor, la máxima prueba de entrega y generosidad: dar la vida por todos nosotros, y la da por amor, porque nos ama. 

Ahí tenemos nosotros, el día de hoy, queridos hermanos, hermanas, que autoexaminarnos cada uno de nosotros, preguntarnos ¿Cómo estamos viviendo el amor? Vemos que hay tantas divisiones, violencia, muerte, guerras, en nuestro mundo entero, en nuestro México. Basta ver los encabezados de los periódicos, los noticieros, ¡Cuánta gente muere violentamente cada día! Y realmente el amor pues no se vive muchas veces. Dios nos dio una inteligencia para pensar, para discernir, para analizar; pero nos dio un corazón para amar. 

Hace días, o hace apenas, hemos tenido la vivencia en la de celebrar la fiesta del primero de noviembre y dos de noviembre, que son dos fiestas que están íntimamente ligadas, unidas. El primero de noviembre es la fiesta de todos los santos y santas, y el dos de noviembre de todos los difuntos. Y nosotros vemos, el primero de noviembre, que es el camino que nosotros estamos destinados a recorrer, pero que tenemos una meta que es vivir en la casa de Dios, y los santos y santas ya tienen la luz eterna, la visión de Dios. Y es muy interesante poder analizar la vida de los santos: de San Francisco de Asís, de San Antonio de Padua, de Santa Teresa; y ver que ellos vivieron siempre con amor, el secreto de ellos fue cumplir estos dos mandamientos que se funden: amar a Dios y amar al prójimo. San Juan nos dice —El que dice que ama a Dios y no ama a su hermano es un mentiroso, porque el que ama a Dios debe amar a los demás —. Pero aparte de los santos que están en los altares y que han sido canonizados, hay muchos santos y santas anónimos. Nuestros familiares. Yo siempre digo, nuestros papás, los que ya nos han antecedido a la casa del padre, ya están gozando de la luz, y también interceden por nosotros. ¡Qué hermoso es eso! Porque ellos vivieron en el amor, vivieron en el servicio, en la generosidad. El dos de noviembre, ayer, día de todos los fieles difuntos, donde vemos tantas ofrendas, altares, que nos ayudan a pensar que después de esta vida está la vida de Dios, la vida eterna, y que seguimos nosotros haciendo oración por todos los fieles difuntos, por los que están también en el purgatorio, las almas del purgatorio. Pero qué bonito es que nosotros hoy nos vayamos de esta Misa con mucha esperanza, con el deseo de amar, traducido en el servicio, traducido en la tolerancia, en el respeto, en la solidaridad. 

Que también nosotros, como la lectura del día de ayer, cuando le dijo el Señor en el juicio final —Vengan benditos de mi padre. Pasen al banquete celestial. Porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, estuve desnudo y me vistieron; en la cárcel, enfermo, y me visitaron —. 

—Señor, ¿Cuándo te vimos así?.

—Lo que hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron. 

El amor es el examen final que Dios nos hará a cada uno de nosotros. 

Que salgamos con ese deseo de amar y servir a nuestros hermanos. 

Así sea.

Mons. José Antonio Fernández Hurtado
Arzobispo de Tlalnepantla