I DOMINGO DE ADVIENTO
Queridos hermanos, hermanas en Cristo Jesús.
Les saludo a todos con afecto, todos los que están aquí en esta catedral Corpus Christi, y que han venido para tener un encuentro con el Señor, los saludos a todos, y hoy de una manera especial a quienes han venido de otros lugares, como mencioné al inicio, de la Arquidiócesis de Durango, de la Diócesis de Tuxtepec, de la Diócesis de Tula, de mi tierra, Morelia, y también que han venido de Jalisco y de Puebla. A todos los saludo con cariño. Y también a las personas que están siguiendo la transmisión a través de estos medios digitales, en algunos lugares de la república mexicana, y también del extranjero. Que todos sintamos ese deseo de hacer un camino que la iglesia nos está invitando al iniciar este tiempo de adviento.
Seguramente han notado el cambio por el ornamento que se utiliza, por la corona de adviento, porque no hay Gloria, por distintos signos. Pero que nos ayude a nosotros a volver a entender o comprender que el adviento es un tiempo de espera, pero es una espera activa, que significa también preparación. Cuatro semanas que se nos da la oportunidad para que nosotros preparemos nuestra mente y nuestro corazón para renovar el amor a Dios, a Jesús niño en el misterio de la Encarnación, y que lo hagamos con mucha alegría.
Hoy, las tres lecturas que escuchamos, pues nos preparan, la primera del profeta Jeremías, nos habla de toda la perspectiva del antiguo testamento que es la espera del Mesías, y como los profetas estaban anunciando que vendría un Mesías. El Evangelio de San Lucas, nos ha expresado cómo vendrá una segunda venida y por eso se ha utilizado un lenguaje apocalíptico, pero no es para asustarnos, sino para prepararnos. Y la lectura, la segunda lectura del apóstol San Pablo a los tesalonicenses, nos habla del presente, cómo tenemos que vivir en el amor, en la santidad.
Es por eso que hoy quiero yo invitarlos para que renovemos todos las tres virtudes teologales, que son la fe, la esperanza, y la caridad o el amor; y como nosotros estamos invitados a fortalecer la fe teniendo un encuentro con Dios, confiando en Dios; Dios que es una persona, nosotros creemos en la santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y como tenemos que relacionarnos con Dios, con un Dios que nos ama, que un Dios que nos camina con nosotros, un Dios que se interesa por nuestra vida; y por eso hay que renovar la fe, la fe siempre es un don, es un regalo de Dios, pero hay que alimentar la fe.
Por otro lado también: la Esperanza. Vivimos en un mundo muy convulsivo, en un mundo complicado, donde vemos signos de muerte, donde a lo mejor nos vamos acostumbrando a la violencia y a lo que sucede, lo que se llama la cultura de la muerte. Pero nosotros siempre debemos tener esperanza, si no tenemos esperanza estamos perdidos; esperanza en tener una mejor familia, una familia más unida, esperanza en que haya paz en el mundo, esperanza en que caminemos como hermanos fraternalmente. Es por eso que los cristianos no debemos ser personas pesimistas, no debemos ser personas que nos crucemos de brazos, sino que sabemos que Jesús es nuestra esperanza y él es el que nos va indicando el camino para cambiar el entorno donde vivimos: nuestro trabajo, nuestra colonia, nuestra ciudad, el lugar donde vivimos. Ser personas de esperanza. Cuando alguien está enfermo, tiene esperanza en mejorar, tiene esperanza en que tenga salud, y todos debemos tener esperanza. Y por otro lado fortalecer la virtud de la caridad o del amor. En tiempos de Jesús era un sinónimo calidad y amor, y yo creo que es importante que nosotros fortalezcamos la fe, la esperanza, pero también la práctica de la Caridad.
Que este tiempo de adviento, todo el año tenemos que ser generosos, pero como que en este tiempo cercano a la Navidad, brotan sentimientos para ser mejores y para compartir también con los demás lo que tenemos y lo que somos. A veces somos indiferentes a lo que pasa, a los migrantes, a los pobres.
¿Cómo nos vamos a preparar en este tiempo para recibir a Jesús? Compartiendo.
Conozco la historia de un niño que en este tiempo, pues se preocupa por pedir alguna ayuda, un niño de 11 años, ayuda para juntar un dinerito, y después, en torno a la Navidad, regalar algunas despensas o alguna comida o alguna cena a niños que están pobres, que lo necesitan. Es lo que se llama también alargar la mesa. Nosotros tenemos una mesa pero la podemos alargar compartiendo con los demás.
Que seamos como muy atentos y sensibles, y decir ¿Qué voy a hacer yo para recibir a Jesús en esta Navidad, de una manera hermosa, de una manera digna? Ayudando al que menos tiene, siendo sensibles ante el dolor de los demás. La gente que vive sola, la gente que no tiene quien le apoye. Que nosotros vivamos la caridad, el amor. Hay más alegría cuando uno da, que cuando uno recibe. Podemos dar nosotros también, en esta Navidad y en estas semanas, nos vamos preparando, y por eso decimos: ven señor Jesús, no tardes. El quiere llegar al corazón de cada uno de nosotros, pero también quiere llegar a cada hogar, a cada familia, y quiere llegar a nuestro pueblo.
Que el Espíritu Santo nos ilumine a todos para que nadie nos quedemos impasibles, sino que podamos hacer algo por los demás. Así sea.
+Mons. José Antonio Fernández Hurtado
Arzobispo de Tlalnepantla