Muy queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús:
Este domingo XXV del Tiempo Ordinario, a todos los saludo deseándoles que siempre tengan la paz del Señor. También a las personas que siguen esta transmisión en diferentes lugares, ya sea dentro de nuestra arquidiócesis o fuera de ella, oramos por ustedes y les mandamos bendiciones.
Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre, para enriquecernos con su pobreza. Fíjense qué palabras tan hermosas. Jesucristo, siendo Dios, el Todopoderoso, se hace pobre, nace en Belén en un establo, en una cuevita, en una pobreza grande, y con su pobreza nos enriquece a todos.
Por eso, hoy la primera lectura que escuchamos, del libro del profeta Amós, nos dice cómo Dios reprueba cuando nuestro comportamiento no es bueno con las personas, especialmente con los pobres y los indefensos; aquellos que alteraban la báscula, las medidas, que cobraban más de la cuenta a los pobres y ponían carga sobre sus hombros. Dice al final de esta lectura: «Dios tomará muy en cuenta los actos que hicieron», y también los actos de generosidad con aquellos que más lo necesitan.
Por otro lado, la segunda lectura, de san Pablo a Timoteo, nos habla de la oración. Pablo le dice a Timoteo: «Ora, haz alabanzas, acción de gracias, por todas las personas, por los gobernantes». Seguramente, Timoteo transmitía las palabras de Pablo.
Recordamos al papa Francisco, incluso con nosotros los obispos cuando nos encontramos ahí en Roma, y que después de tener una plática, al despedirnos de él siempre decía: “Reza por mí. Recen por mí”, el Papa. ¡Qué importante es orar unos por otros! El Papa sentía la responsabilidad de todo el peso de la Iglesia como pastor universal y por eso tenía necesidad de la oración. No era una frase retórica o hueca, sino que estaba llena de sentido.
Cuánta gente se acerca a nosotros y nos dice: “Recen por mí… porque tengo esta necesidad, tengo una hija enferma, a mi abuelita que está en el hospital, a alguien que ha sufrido un accidente”. Y nosotros sabemos que la oración fortalece. Cuando al inicio de la Misa pedimos por algunas intenciones, unas oralmente, pero otras en nuestro corazón, esas oraciones llegan a Dios.
Por eso, Pablo le dice a Timoteo: «Ora por los demás —y también de una manera particular dice— por los gobernantes». ¡Qué responsabilidad la de los gobernantes en todo el mundo! Yo creo que algunos no son católicos, pero tenemos que pedir por todos ellos y ellas, para que el Señor les dé sabiduría para cumplir con su misión de buscar el bien de los demás, para buscar el bien de todas las personas, y en especial de aquellos que más lo necesitan.
Por otro lado, el Evangelio de san Lucas hoy nos puede confundir un poquito con la parábola, porque es un ejemplo que dice que había un amo —que representa a Dios— que tenía un administrador, y el administrador realizó muchos abusos en su encomienda. De tal manera que el amo lo llamó y le dice: «Te voy a despedir». Él aprovecha antes de que lo despidan para todavía hacer algo indebido, alterar algunas notas. Les preguntaba: «¿Cuánto debes tú?», «100 barriles de aceite», «pues anota 50». ¿Qué era lo que trataba de hacer él? Ya sabía que lo iban a despedir y quería encontrar “amigos”. Entonces, el amo tuvo que reconocer que fue muy sagaz. No reconoció ni alabó que era injusto; al contrario, por eso lo despidió.
Y por eso nos dice el Evangelio: «A veces son más sagaces los hijos de las tinieblas que los hijos de la luz». Pero Dios siempre conoce el corazón del ser humano. El mensaje que nos quiere dar a nosotros es que no nos aferremos, seamos buenos administradores donde estemos, pero también que a los bienes materiales les demos un valor no total, tanto al dinero como a los bienes materiales, porque tenemos el peligro de olvidarnos de Dios.
Que seamos hijos de la luz, y los hijos de la luz siempre siembran semillas del Evangelio. Que seamos esos hombres y mujeres sembradores del Evangelio. Así sea.
+José Antonio Fernández Hurtado
Arzobispo de Tlalnepantla