«Saber compartir lo que tenemos y lo que somos»
Muy queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús:
A todos les saludo con afecto de padre y pastor. De una manera muy especial hoy a las catequistas, la mayoría son mujeres, ¿verdad? No sé si haya también hombres por ahí. Algunos, ¿verdad? "Bendito entre las mujeres". Ojalá que también cada día más hombres se animen a ser catequistas en sus parroquias. Saludo a todas las personas que están presencialmente hoy aquí en nuestra Catedral Corpus Christi y también a las personas que están siguiendo esta transmisión a través de los medios digitales, en el territorio de nuestra arquidiócesis, en otros lugares de la República Mexicana y también del extranjero: A todos les deseo paz y bien. Y hoy en esta Misa solemne, pues también saludo al padre Omar y al padre Manuel.
A Jesús le gustaba hablar en parábolas. La parábola es un género literario que siempre nos da una enseñanza fundamental. La primera lectura ya nos iba preparando para el mensaje del Evangelio. Y lo principal de esta parábola es que estemos nosotros atentos a los peligros de las riquezas, porque muchas veces las riquezas nos alejan de Dios.
Tenemos nosotros ese cuento, esa parábola donde hay dos personajes. Los fariseos son aquellas personas que eran doctas, eran personas preparadas, pero muchas veces su corazón estaba lejos de Dios. Y los dos personajes principales son aquí: el pobre, que se llama Lázaro, y el rico epulón. El rico tenía muchos bienes. Lázaro estaba ahí afuera de la casa del rico, de aquel palacio. Y el rico no se dignaba a voltear a ver al pobre que tenía necesidad; él estaba muy distraído con sus banquetes, con sus fiestas, tal vez con invitados importantes, y se olvidaba del necesitado.
El destino de todos nosotros, de toda la humanidad, es morir. Y les sucedió a los dos que murieron. Lázaro se fue al cielo y el rico epulón al lugar del sufrimiento. Y entonces nosotros vemos ahí cómo se da el diálogo, donde el rico ahí sí voltea para arriba para ver a Lázaro y también para pedir que avisara que sí existe la otra vida y que hay que convertirse.
Lo importante de esta parábola es, por un lado, que la riqueza siempre es relativa. El pobre no se salva por ser pobre, sino por estar abierto a Dios, por siempre confiar en la misericordia, en la providencia, confiar en ese Dios amoroso, en ese Dios misericordioso que nunca nos deja.
Y por eso yo creo que es bien importante que nosotros veamos que la riqueza también es para compartirla, lo que nosotros le llamamos: solidaridad. Hay ricos también que comparten. Lo importante es la actitud que se tenga.
Y fíjense cómo la Iglesia –eso no se platica casi, pero es bien importante en todo el mundo– tiene esa línea muy fuerte de la pastoral social, y cuántos orfanatos hay, casas para atender a los niños, comedores para atender a los necesitados. Es decir, siempre la Iglesia se ha preocupado por aquellos que más lo necesitan. Es importante la solidaridad. Que nosotros tengamos mucho o tengamos poco, lo importante es siempre saber compartir.
Y lo hemos platicado varias veces, porque no solamente es compartir lo material, sino también compartir nuestro tiempo, compartirlo con aquel que lo necesita, con los niños, con los ancianos abandonados, con las madres solteras, con los migrantes, con los drogadictos, con los alcohólicos, con aquellos que sufren. Esa es la solidaridad: voltear a ver arriba para tener ese contacto con Dios, pero también de una manera horizontal ver a nuestro prójimo, y –es más– ver el rostro de Cristo en el necesitado.
Y por último quisiera yo compartir cómo la parábola nos dice que necesitamos la conversión. La parábola dice: «Allá tienen a los profetas –tienen a los catequistas– que les dicen el proyecto de Dios. Háganles caso». Convertir el corazón.
Yo creo que hay tres lugares muy importantes para la educación, para que se vaya educando el ser humano para saber ayudar a los demás. Uno sin duda que es la familia. En la familia nuestros papás desde chicos nos enseñan a compartir, a no hacer distinciones, a tratar a los demás con su dignidad como personas. Qué bonito es que en las familias se siga educando en los valores humanos y cristianos, en saber compartir y ser solidarios.
Otro lugar importante es la escuela. En la escuela también ojalá que la educación vaya en esa línea de tener a la persona como centro, no valorar a la persona por lo que tiene, sino por lo que es, por ser hijo e hija de Dios.
Y la parroquia también es otro lugar muy importante. ¡Qué papel esencial juegan las catequistas al tener ese contacto con los niños, las niñas, los adolescentes, para transmitirles la fe! Un catequista es un educador en la fe y es mostrar a un Cristo vivo, a un Cristo que da la vida por los demás. Y ahí tienen ustedes, catequistas, un tesoro muy grande, ¿verdad?, el poder ir enseñando a los niños y a las niñas a saber compartir y ser solidarios con los demás. Yo creo que nuestro mundo cambiaría cuando vayamos nosotros educándonos en esos valores del Evangelio.
Pues que el Señor nos ayude a todos a saber compartir lo que tenemos y lo que somos, los carismas, las cualidades, los talentos que Dios nos dio los podamos poner al servicio de los demás. Así sea.
+José Antonio Fernández Hurtado
Arzobispo de Tlalnepantla