"La oración del humilde siempre llega a nuestro Dios"
Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús:
Les saludo a todos este domingo con afecto de padre y pastor. Me alegra que estén aquí, presencialmente, en nuestra Catedral de Corpus Christi, sede de nuestra Arquidiócesis de Tlalnepantla. Saludo también a las personas que están en distintas parroquias, en sus hogares, siguiendo esta Eucaristía; lo mismo a quienes nos acompañan desde otros lugares de la República Mexicana y del extranjero. [28:36] A todos les deseo paz y bien.
El tema de este XXX Domingo del Tiempo Ordinario nos vuelve a hablar de la oración, pero ahora enfocándose en la actitud de una persona en concreto. Anteriormente, habíamos visto la importancia de la oración para el cristiano, entendiendo que hacer oración no es una pérdida de tiempo, sino el encuentro con un Dios que nos ama. Hemos compartido que hay oración de petición, de acción de gracias y de alabanza. [29:32]
La primera lectura, del libro del Eclesiástico o Sirácide, nos prepara para entender todavía más el Evangelio. En ella se nos dice cómo Dios escucha la oración del pobre, del desvalido, del marginado, de aquel que sabe que Dios es amoroso y misericordioso, y por ello eleva su oración. [30:12] Esta oración del que es pobre, y pobre también de espíritu, siempre llega a nuestro Dios.
En cambio, cuando la oración es arrogante, cuando no tiene presente a Dios sino a uno mismo, buscando la vanagloria, esa oración no llega. [30:42]
Y encontramos en el Evangelio esta parábola, donde entran dos personas a un templo: uno es fariseo y el otro es publicano, y cómo la oración que hace cada uno es bien diferente.
¿Cuál es la oración del fariseo? (Recuerden ustedes) El fariseo era aquella persona culta que conocía la Ley y los mandamientos, y por eso su oración es arrogante. [31:26] Comienza a vanagloriarse y a presumir, a decirle a Dios que él da el diezmo, que hace ayuno, que no es como los demás que no cumplen la ley, que son adúlteros, que son pecadores. Tenemos ese tipo de oración donde presume y menosprecia a los demás. [32:00]
En cambio, ¿quién era el publicano? Era un recaudador de impuestos, una persona que no era bien vista y que, efectivamente, no cumplía con las prescripciones de la Ley. Sin embargo, él va al templo con ese deseo de conversión. Ni siquiera se atrevía a alzar la vista para ver a Dios; estaba agachado y decía: [32:33] «Yo soy un pecador, pero confío en tu misericordia, en tu amor».
Lo más interesante viene al final de la parábola: la conclusión, la enseñanza. [33:09] El fariseo regresó a su casa y esa oración no fue escuchada por Dios. En cambio, la oración del publicano sí fue escuchada por Dios, y salió justificado. [33:21]
La pregunta es: ¿Cuál es nuestra oración? [33:34] Decíamos que hay oración de alabanza, de acción de gracias, de petición, pero cuando le hablamos a Dios, ¿nuestra actitud es de humildad, de sencillez, de reconocer que somos pequeñitos ante Él? Si somos sinceros, Él nos perdona y nos anima a caminar adelante.
Ojalá que nuestra oración siempre sea de reconocer a Dios como el Todopoderoso, pero también como el cercano, el que nos ama. Y que nosotros también salgamos de la Eucaristía, de la Santa Misa, mejor de como entramos, que nos sintamos contentos porque hemos sido escuchados por Dios en nuestras necesidades, en nuestras miserias, en nuestros pecados. [34:40]
Y hoy también es muy hermosa la segunda lectura, una carta de San Pablo a Timoteo. Pablo ya está sintiendo que está en el final de su vida. [35:01] Empieza a platicar su historia, una historia apasionante y emocionante, porque de perseguidor de los cristianos se convirtió en un gran evangelizador.
Él dice: «He luchado. Ha sido fuerte el combate, pero creo que recibiré la corona final», es decir, el Cielo, el encuentro con Dios. [35:34] Reconoce que «No ha sido fácil», como la vida de cada uno de nosotros, que hay vidas complicadas y difíciles. Pero Pablo siempre reconoce: «Salí adelante, porque Dios estaba conmigo». [35:50]
Si Dios está con nosotros, no importan las dificultades, no importa muchas veces el sufrimiento, pero sabemos que a final de cuentas Dios siempre nos escucha en nuestro caminar, en nuestra vida. [36:13] Y que nuestra Madre, la Virgen de los Remedios, nos auxilie y nos cobije a cada uno de nosotros para fortalecernos en el camino de la vida. Así sea. [36:35]
+José Antonio Fernández Hurtado
Arzobispo de Tlalnepantla