Si tú eres el Hijo de Dios, puedes convertir estas piedras en pan
Muy queridos hermanos, hermanas en Cristo Jesús, los saludo con afecto de pastor en este I domingo de Cuaresma, a todos ustedes, que están aquí presencialmente en la Catedral de Corpus Christi, a los que han venido de distintas zonas, que el Señor siga bendiciéndolos y que sigan impulsando la Pastoral Familiar y, también hoy, quiero saludar a las personas que a través de estos medios digitales, de estas plataformas, se unen a esta celebración en el ámbito de nuestra Arquidiócesis, pero también en otros lugares de la república Mexicana, en Estados Unidos y en Europa, a todos les deseo que esta cuaresma, que hemos iniciado, la vivamos con mucha conciencia para llegar a la meta que es la Pascua del Señor.
Efectivamente, el pasado miércoles, iniciamos este camino de cuaresma con la imposición de ceniza para tomar conciencia de nuestra condición como seres humanos, que somos polvo y en polvo nos vamos a convertir, que nuestra vida es pasajera y que se nos invita a arrepentirnos de nuestros pecados y creer en el evangelio, por eso la palabra clave en este tiempo de cuaresma es “conversión”. La conversión es de todos los días, todo el año, pero la cuaresma nos invita a intensificar la oración, el ayuno y la limosna -las obras de Caridad-, por eso es un tiempo en que los cristianos debemos tomar conciencia de que es un camino, no es la meta, la meta es llegar a a la semana santa y vivir el triduo pascual: la pasión, muerte y Resurrección del Señor.
Recordemos que Pascua significa paso, paso de la muerte a la Vida, del egoísmo al amor y ese es el objetivo que la Iglesia nos invita estas cinco semanas para que vayamos intensificando la oración a través del contacto con la Sagrada Escritura, con la Biblia, la oración personal y comunitaria, pero también del ayuno para saber controlar las emociones del cuerpo humano, también la limosna para saber compartir con los demás.
En este I domingo de Cuaresma escuchamos el Evangelio, este Evangelio que es un encuentro dramático de Jesús con Satanás, con el diablo y, precisamente, el diablo se le aparece en ese lugar emblemático que se del desierto, lugar de de confrontación, lugar de sentirse pequeño pero además habían pasado 40 días que Jesús estaba en el desierto, en oración, en intimidad con el Padre y es cuando el diablo se le aparece y le pone estas tres tentaciones: la del pan, la de subirlo a una montaña para dominar los reinos y subirlo arriba en el templo. El diablo tenía la intención de ponerle unas trampas, que finalmente nosotros sabemos que Jesús venció.
Jesús se pare ció a nosotros en todo, menos en el pecado, de tal manera que Él era hombre, humano, entonces es verdadero Dios y verdadero Hombre.
Les decía que el número 40 también es un número simbólico porque 40 días dura la cuaresma, 40 días estuvo Jesús en el desierto, 40 años el pueblo de Israel caminó por el desierto después de ser esclavizado en Egipto. Como lo platica el primer libro del Deuteronomio, la primera lectura nos invita a entregar los frutos al Señor, pero cuántas vicisitudes no pasó el pueblo de Israel en los 40 años por el desierto pero muchas veces no fueron fieles, recordarán ustedes cuando Moisés subió al Monte Sinaí, subió por las tablas de la Ley y cuando bajó ya habían hecho un becerro de oro, se desviaron de los caminos del Señor; en cambio Jesús, permanece fiel al proyecto, a la voluntad de su Padre, a pesar de que el diablo le dijo “si tú eres el Hijo de Dios, puedes convertir estas piedras en pan; si tu eres el Hijo de Dios, si te lanzas de arriba del templo, de la torre, van a llegar los ángeles y te van a levantar, no te van a dejar caer”.
Fíjense que tentaciones le pone, y nosotros sabemos que cuando Jesús realiza milagros, siempre los hace para aumentar la fe de la gente, del pueblo, de sus discípulos y la trampa del diablo era la de ponerle cosas para provecho de Él, de tal manera que Jesús pudo hacer todo pudo convertir las piedras en pan -claro que podía-, pero no lo hizo, no perdió su identidad como hijo de Dios. Estas tres tentaciones, de alguna manera también mueven al mundo, la tentación del placer, del pan; la tentación de tener, si tú me adoras y te incas, puedes tener todo esto y Jesús le dice “solamente adorarás Dios”; el placer, el tener y el poder, la otra es “tu puedes lanzarte y los ángeles te van a detener.
Fíense cómo Jesús venció al diablo, ya nos está dando también el camino, porque a nosotros muchas veces nos vence el demonio porque estamos débiles, porque espiritualmente estamos fuertes, porque nos falta esa presencia de Dios en nuestras vidas.
Yo quiero invitarlos a que esta cuaresma vayamos en ese camino de renovación, podemos decir “otra cuaresma más”, cada cuaresma es más diferente y podemos renovarnos para llegar a la Pascua con Jesús.
Por otro lado quisiera decir una palabra a cerca de la familia, pues estamos hoy en el día de la familia y también es para preguntarnos ¿cómo están nuestras familias?, en la familia se juega del futuro de la humanidad, en la familia hay que promover los valores humanos y cristianos, pues hay una desintegración familiar muy fuerte y las sociedad es el reflejo de las familias; el Papa Francisco -me llamó la atención- decía alguna frase que de esta pandemia podíamos salir mejor o peor, podemos salir mejor cuando somos más sensibles porque hemos experimentado el sufrimiento de los demás y podemos ser más solidarios, más fraternos, apoyarnos más, preocuparnos unos de otros, ver el tema de la comunidad, el tema de la solidaridad, pero también nosotros vemos que esta pandemia, ha traído mucho estrés, ha traído mucho dolor, pero también se ha incrementado la violencia intrafamiliar, cuantos sufrimientos se tiene ahorita en esta “guerra” -que muchas veces no entendemos- de la invasión de Rusia a Ucrania, cuánta gente se ha quedado sola, como los niños, cuántos han tenido que salir a caminar sin rumbo, cuánto sufrimiento por la “guerra” y por eso en la familia es donde se construyen los valores, allí donde se van inculcando -los padres a los hijos- los valores del Evangelio, los valores humanos y nosotros vemos, en muchas partes de México, tantas muertes, tanta violencia, tanta “guerra”.
Con mucha preocupación ayer también vivimos un episodio que debería ser un episodio de recreación, de alegría del deporte, en un partido de fútbol, en la ciudad de Querétaro jugando contra el Atlas de Guadalajara, pues se suscitó una violencia inusitada, que todos los medios y el episcopado mexicano también hemos condenado -la Iglesia- porque esto no puede pasar, ese odio, ese rencor, ese golpear al hermano y que vamos creando una cultura de violencia, una cultura de dolor, por eso hoy yo quisiera invitarlos a todos ustedes para que pidamos por la paz, pero le decía que la paz es un don del Cielo, pero se construye en la familia, se construye en el día a día, se construye en el grupo apostólico, se construye en el trabajo, en la escuela, ahí lo vamos construyendo también.
En medio de toda esta problemática tan complicada, tan compleja, veamos que nosotros somos protagonistas y que podemos ser artífices de paz, pero la oración es bien importante, unámonos en oración, pidamos a Dios para que haya paz, paz en el mundo entero, para que las personas que tienen que tomar decisiones les llegue esa luz para buscar el don de la fraternidad porque todos somos hijos de Dios y hermanos unos con otros. Así sea.
+José Antonio Fernández Hurtado
Arzobispo de Tlalnepantla