HOMILÍA EN EL II DOMINGO DE PASCUA

April 24, 2022


HOMILÍA EN EL II DOMINGO DE PASCUA

 

«Señor mío y Dios mío»

 

Queridos hermanos en Cristo Jesús:

Les saludo a todos en este tiempo de Pascua, tiempo de gozo, tiempo de alegría, a ustedes que están aquí en nuestra Catedral y también a todas las personas que se unen a esta celebración.

En nuestra Catedral sobresale el Cirio Pascual, que representa a Jesús Luz del mundo, Jesús resucitado, y fue encendido el sábado de gloria en la Vigilia Pascual, donde se hace contundente la afirmación de que Cristo vive, que Cristo ha resucitado, porque la Resurrección no fue un sueño, no fue un invento, no es una quimera.

Hoy tenemos en el Evangelio dos apariciones, de las diez apariciones que tuvo Jesús antes de subir al Cielo para estar a la derecha del Padre, la Ascensión del Señor a los Cielos.

Escuchamos en el Evangelio cómo las mujeres fueron primeramente al sepulcro y encontraron la piedra removida y el sepulcro vacío. Algunos pensaron que era un invento, algunos judíos pensaban que se habían robado el cuerpo de Jesús, pero ese Jesús hoy se aparece, traspasa las puertas, el cuerpo glorioso de Jesús traspasa los lugares. En la primera aparición les da el Espíritu Santo a sus apóstoles y les dice: «A quienes perdonen los pecados quedarán perdonados», les da esa misión a los apóstoles para que la continúen en la Iglesia.

Hoy también tenemos muy presente al Señor de la Misericordia, que se celebra el II Domingo de Pascua el Domingo de la Divina Misericordia. Esta fiesta fue instituida por San Juan Pablo II en el año 2000, hace 22 años y ciertamente va muy conectado el encargo que le da a sus apóstoles de perdonar los pecados, porque siempre encontraremos nosotros a un Dios que nos ama y porque nos ama es misericordioso.

Resulta que ese día en la aparición, donde estaban los apóstoles y las mujeres, faltaba uno de los apóstoles, llamado Tomás. Seguramente este había salido un rato y, cuándo regresa, los apóstoles, los pescadores, aquellos amigos de Jesús que vivieron aventuras con Jesús durante tres años, le platican emocionados que Jesús había resucitado. Entonces Tomas el incrédulo dice: «No les creo. Si yo no meto mis dedos en los agujeros de sus manos y no meto mi mano en su costado, no creeré». A los ocho días se vuelve a aparecer Jesús, siempre con ese saludo hermoso que damos nosotros en la Eucaristía: «La paz esté con ustedes», porque es muy bello tener la paz del Señor; cuando tenemos paz nos sentimos tranquilos, nos sentimos con ese deseo de ayudar a los demás. Y entonces le dice Jesús: «Tomás, ven, aquí están los agujeros donde pusieron los clavos; mete tu mano en mi costado». En ese momento Tomás hace una de las más bellas afirmaciones teológicas, cae de rodillas y dice: «Señor mío y Dios mío». ¡Qué hermosas palabras! Y Tomás creyó.

Entonces Jesús dice: «Dichosos aquellos que creen sin haber visto», sobre todo por la segunda generación de los discípulos del Señor, a quienes no les tocó conocer estos hechos cercanos. Dichosos ustedes, dichosos nosotros, que sin haber visto creemos, porque la fe también es un regalo de Dios, es un don de Dios.

Después de esas apariciones de Jesús los apóstoles salieron a predicar, salieron a ser testigos de este hecho, que es un parteaguas en la historia de la humanidad. También nosotros, queridos hermanos y hermanas, al creer en Jesús vivo, al creer en Jesús resucitado, desde nuestro Bautismo tenemos esa misión de llevar el Evangelio, de hablar de Jesús, de ser testigos de su amor y dar testimonio de un Jesucristo vivo, en el que creemos y confiamos.

Durante este tiempo de Pascua iremos escuchando el libro de los Hechos de los Apóstoles, que encontramos después de los Evangelios y que nos narra cómo fueron naciendo las primeras comunidades. Hoy la primera lectura nos habla de la primera comunidad en Jerusalén y de las dificultades que tenían, porque todo lo tenían en contra, había muchos que no creían en Cristo, sin embargo, ellos estaban convencidos y el número de los cristianos iba creciendo, sobre todo por el testimonio y su manera de vivir.

Que también nosotros en nuestra familia, en nuestro trabajo, en donde nosotros nos movamos podamos también decirles a los demás que ¡Cristo ha resucitado! Así sea.

 

+ José Antonio Fernández Hurtado
Arzobispo de Tlalnepantla