«Hoy ha llegado la salvación a esta casa»
Muy queridos hermanos, hermanas, en Cristo Jesús:
Nos encontramos hoy en este penúltimo domingo del tiempo ordinario y quiero saludaros a todos ustedes deseándoles que experimenten el amor de Dios en sus corazones, a ustedes que están aquí presentes en nuestra Catedral, pero también a todas las personas que están siguiendo esta celebración en el territorio de nuestra Arquidiócesis y también en varios lugares de la República Mexicana y el extranjero. Es algo hermoso sentir siempre el amor y la misericordia de Dios. Él no vino a salvar a algunos, sino la salvación es para todos y por eso, de manera muy especial, va en búsqueda de la oveja perdida, de aquellos que más lo necesitan.
Hoy también tenemos en el Evangelio un publicano. Hace ocho días veíamos un publicano que fue a rezar al templo junto con con un fariseo. Recordarán ustedes cómo en ese pasaje el publicano regresó a su casa justificado, porque su oración agradó a Dios, una oración humilde, una oración de sentir la necesidad de Dios. En cambio, el fariseo era alguien autosuficiente, que le presumía a Dios lo que hacía, y él no fue justificado.
Este domingo se trata de un pecador, de un publicano. Recordemos que los publicanos eran recaudadores de impuestos y Zaqueo era jefe de publicanos, se había enriquecido de una manera ilícita, cobrando muchas comisiones y mandando impuestos a Roma, de tal manera que estaba lejos de Dios. Sin embargo, tenía la curiosidad de conocer a Jesus. Seguramente ahí se escuchaba hablar de Jesús, de cómo hablaba, de que realizaba milagros, y Zaqueo tenía interés en conocerlo.
El Evangelio nos dice que Zaqueo era bajo de estatura, y seguramente por donde Jesús iba pasando había bastante gente. Entonces él se subió a un árbol para ver a Jesús cuando pasara por allí. Fue algo inusitado para Él. Yo un poquito de broma digo que antes no se cayó del árbol, porque fueron dos sorpresas para este hombre. Primeramente, cuando pasa por ahí Jesús, voltea a verlo y le dice por su nombre: Zaqueo; fue la primera sorpresa. Pero hubo una segunda sorpresa todavía más fuerte, que le dijo: «Bájate, porque quiero ir a tu casa», y él bajó contento.
Podemos nosotros imaginarnos las críticas de la gente: “Cómo se atreve el Maestro, este Rabbi, a ir a casa de un pecador”, “si supiera quién es…” Jesús llega a la casa de Zaqueo y se da la conversión, el cambio del corazón. ¿En qué se notó el cambio de Zaqueo? En que dijo: «Voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres y, si he fallado a alguien, le voy a dar cuatro veces más». Y Jesús dijo unas palabras muy hermosas: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa».
Cuando nosotros dejamos entrar Jesús en nuestra casa, en nuestra familia, en nuestro corazón, hay un cambio en nuestra vida, no solamente de una religiosidad de acudir a Jesús cuando lo necesitamos, sino tenerlo todos los días presente en nuestras casas. Entonces ahí hay una conversión y Jesús también puede decirnos a nosotros: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa».
El cambio se debe notar en actitudes, en acciones, en compromiso, como lo hizo Zaqueo, que a partir de ese día su vida fue distinta. Sabemos que la conversión es de todos los días, porque somos humanos, porque tenemos debilidades, tenemos limitaciones, pero siempre Dios es bondadoso y misericordioso.
Estos días también tendremos la oportunidad de vivir esta festividad de los fieles difuntos, que celebraremos el 2 de noviembre, pero ya todos estos días está ese tinte. Qué bueno que haya todo este ambiente, el altar de muertos para recordar a nuestros seres queridos que ya se nos han adelantado y que los tenemos en el corazón. Hay tantas festividades ahorita en muchos lugares, la visita también a los panteones, a los cementerios, para recordar las obras, lo que hicieron, lo que nos legaron, lo que nos dieron para que nuestra vida fuera mejor.
Pero, antes del 2 de noviembre está el 1 de noviembre, que es la solemnidad de todos los santos, y son dos fiestas que están conectadas, porque todos estamos llamados a la santidad. Sabemos que hay santos que están en los altares, como hace días celebramos a un santo muy querido, muy popular, San Judas Tadeo, pero también hay santos anónimos, qué hicieron la voluntad de Dios y que ya están gozando de la presencia de Dios; y ese camino, el destino también para nosotros.
El 2 de noviembre pedimos por los difuntos, por su purificación, para que ya también estén gozando de la visión de Dios. Y como cristianos no podemos nosotros creer en otras cosas, en otras costumbres extrañas como el halloween, sino creer nosotros en la vida eterna: que nuestra vida es un caminar, pero que nos conduce a la casa del Padre.
Honremos a nuestros seres difuntos, a nuestros seres queridos, hagamos oración por ellos para que ya estén con Dios y nosotros caminemos con alegría y esperanza haciendo el bien a los demás. Así sea.
+José Antonio Fernández Hurtado
Arzobispo de Tlalnepantla