«El Señor es compasivo y misericordioso», hoy fue el salmo que expresamos a la Palabra de Dios y es una verdad total: el Señor es compasivo y misericordioso.
Muy queridos hermanos, hermanas, en Cristo Jesús:
Les saludo a todos ustedes que están aquí en nuestra Catedral y también a los que nos siguen a través de estos medios digitales, las personas que están en sus hogares; que realmente todos experimentemos la misericordia y la bondad del Señor.
El Evangelio de este día, que también está conectado con la primera lectura, del libro de la Sabiduría, seguramente que todos lo entendimos, es muy fácil de entender, pero es muy difícil de practicar: el perdón, tenemos que romper esa cadena de la venganza. De lo que se decía en el Antiguo Testamento, sobre todo en los primeros libros de la Sagrada Escritura, en especial en el Deuteronomio estaba ahí manifestada la ley del talión, esta ley decía lo siguiente: Ojo por ojo y diente por diente; sí me la haces, me la pagas. Y yo creo que todavía estamos en el Antiguo Testamento, porque nuestras reacciones son de esa manera, de guardar rencor al que nos hace daño.
El Evangelio que escuchamos ilumina esta situación, porque Pedro le pregunta a Jesús cuántas veces tiene que perdonar. Por ahí había una ley que decía que se podía perdonar tres veces, y Pedro le dice si puede perdonar siete veces, le aumentó. Y Jesús le dijo: «No debes perdonar siete veces, sino setenta veces siete». ¿Qué significa? Perdonar siempre.
Vemos en nuestra realidad cómo la venganza, el rencor, se da a nivel personal; cuando alguna persona nos hace daño, guardamos rencor en nuestro corazón, muchas veces hasta odio, cuando alguien hizo algo muy fuerte que nos dolió. Estos problemas se dan también dentro de la familia, cuántas veces no se hablan entre hermanos por alguna situación. También a nivel de comunidades, a nivel de países, por eso se dan las guerras, porque las guerras son fruto de la venganza, de los intereses.
Por eso les decía que es muy fácil entender el Evangelio, que tenemos que perdonar, pero que es muy difícil practicarlo. Incluso cuando nosotros rezamos el Padre nuestro decimos: «Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden».
Después de que Jesús le dice que siempre se debe perdonar, le pone una parábola donde está el amo, que representa a Dios, y que llega una persona que le debe mucho dinero, millones y millones de pesos, y se hinca y le dice que le va a pagar, que lo espere, le suplica y él lo perdona. Pero esta misma persona que fue perdonada salió y encontró una persona que le debía cien pesos y entonces le dijo: «Págame lo que me debes», y el que le debía le dijo: «Espérame», pero el que había sido perdonado lo tomó del cuello.
De tal manera que después el amo se dio cuenta de cómo había actuado esta persona y lo mandó llamar, y le dijo: «Oye, yo te perdoné una gran cantidad y tú no fuiste capaz de perdonar». Esto nos ayuda a entender cómo la misericordia de Dios es infinita, Dios siempre nos perdona, Dios siempre es misericordioso, porque nos ama, pero también quiere que nuestras actitudes sean diferentes; el debió también perdonar a aquella persona que le suplicaba.
Por nuestras propias fuerzas es complicado perdonar, pero cuando tenemos la gracia del Espíritu Santo es posible. Cuántas personas no vemos que son capaces de perdonar y cuando perdonan sienten un gran alivio, una gran paz en su corazón.
Yo lo he platicado varias veces cuando se da este Evangelio, esta parábola, porque a mí me impactó cuando balacearon al Papa San Juan Pablo II aquel 13 de mayo de 1981 en la plaza de San Pedro y que después de estar grave en el hospital, al salir lo primero que hizo fue ir a la cárcel para platicar con el que le había disparado y perdonarlo. Eso es fruto de la gracia, de la fuerza del Espíritu Santo.
El máximo ejemplo lo tenemos en Jesucristo nuestro Señor. Después de haber sido flagelado, insultado, llevado al Gólgota, que le habían puesto una corona de espinas y que llevaba el peso, el pecado de la humanidad, una de las últimas palabras que dice Jesús es: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».
Hoy tenemos que revisarnos cada uno de nosotros para ver cómo está el perdón de nuestra parte o qué tantos rencores tenemos en nuestro corazón, y pedirle en esta Eucaristía que nos dé la fuerza para perdonar. A veces el que no perdona es el que sufre más; cuando alguien perdona de corazón descansa y le llega una paz a su corazón.
Pues que el Señor, que es rico en perdón y misericordia, nos bendiga a cada uno de nosotros para que sepamos perdonar a nuestros semejantes. Así sea.
+José Antonio Fernández Hurtado
Arzobispo de Tlalnepantla