Homilía del 10 de noviembre del 2024

November 10, 2024


Homilía del 10 de noviembre del 2024

 

DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO

Muy queridos hermanos, hermanas, en Cristo Jesús.

A todos les deseo la paz del Señor. Ustedes que están aquí presentes en nuestra catedral, y también a los que, a través de los medios digitales, participan en esta eucaristía.

Recordarán que hace ocho días, un letrado, una persona estudiada, le preguntó a Jesús ¿Cuál era el mandamiento más importante?. Había muchos preceptos, muchos mandamientos, eran 613 preceptos, y por eso la pregunta es muy importante ¿Cuál es el mandamiento más esencial, más importante?. Jesús le dice —El primero es amar a Dios, y el segundo es amar al prójimo como a uno mismo—. Entonces los cristianos sabemos, los católicos, que el amor es lo esencial, y lo vivió Jesús hasta las últimas consecuencias de dar su vida por nosotros en la Cruz. 

Y este domingo se nos habla de un valor que es consecuencia del amor, que es expresión del amor, que es La Generosidad. Y es lo que tenemos que preguntarnos nosotros ¿Qué tan generosos somos? Las mujeres, ¿Qué tan generosas son? 

Y la primer lectura, del libro de los Reyes, nos prepara para el Evangelio de San Marcos. Se trata del profeta Elías que va, pues caminando en un pueblo, después de un cansancio, y se encuentra a una viuda, se llama La Viuda de Sarepta, el lugar donde se desarrollaba. Y entonces ¿Qué le dijo el profeta Elías a la viuda de Sarepta? Quiero que me traigas un vaso de agua. Ya cuando va caminando ella, le dice —Ah, pero también te voy a pedir un panecillo. Y le dice la viuda —Pues, nada más tengo tantita harina y tantito aceite, y nada más alcanza para uno, nos lo vamos a comer mi hijo y yo, y después vamos a morir. Tres años había habido sequía, sin embargo, Elías le dice —Primero tráeme el pan, yo te voy a decir una cosa, que la harina no se va a acabar ni el aceite tampoco. Y la viuda le trajo el pan, y era todo lo que tenía, pero siempre Dios cumple lo que promete, a través de Elías, y efectivamente la harina se multiplicó y también el aceite. Porque siempre cuando hay generosidad, Dios no nos deja solos, lo que llamamos nosotros la divina providencia: Dios provee.

Y lo mismo sucede en el Evangelio. También se trata de una viuda. Jesús entra al templo y se sienta a observar cómo la gente iba depositando dinero en las alcancías; por cierto, iba entrando gente rica y depositaba grandes cantidades, o cantidades fuertes. Y entró una viuda y depositó dos monedas de poco valor. Y después Jesús llamó a sus discípulos y les dice —Les voy a decir una cosa, lo que depositó la viuda, las dos moneditas, fue lo que tuvo más valor, porque era todo lo que tenía, y su intención es lo que cuenta, no la cantidad, ella sabía que se quedaba sin dinero, pero confiaba en Dios que no la iba a desamparar; en cambio los que depositaron mucho, pues, de algunos era lo que les sobraba.

Y la pregunta fundamental, queridos hermanos y hermanas, este domingo es ¿Qué tan generosos somos en nuestra vida? 

Jesús no tenía bienes materiales, no tenía dinero, pero Él fue generoso porque gastó su vida haciendo el bien a los demás. No se trata nada más de lo material, se trata de ser generosos con nuestro tiempo, con nuestras cualidades, con nuestros valores, con los talentos que Dios nos dio. Por eso la generosidad es una expresión del amor, y el Evangelio siempre nos cuestiona, el Evangelio es para cada uno de nosotros, para ustedes, para mí; y hoy tenemos que respondernos ¿Somos generosos en nuestra vida? ¿Ayudamos a los demás? ¿O damos lo que nos sobra?. Decía la madre Teresa de Calcuta: hay que dar hasta que le duela a uno. Y a fin de cuentas, hay más alegría cuando uno da, que cuando uno recibe; hay más felicidad en el corazón.

Le pedimos en esta Santa Misa a nuestro Dios, que nos conceda ser gente que sepa dar, que sepa ser generosa en nuestra vida. 

Así sea.

Mons. José Antonio Fernández Hurtado
Arzobispo de Tlalnepantla